Es el nombre del barco que nos llevo hasta Islandia y nos trajo de vuelta a Bergen. De Noruega zarpaba a las o8.oo o las o9.oo, lo hizo a las oo.oo. Llegamos con una hora de antelación al puerto, como nos habían dicho y nos encontramos con que ni hay gente ni hay barco, sólo un papelito que explica que debido al mal tiempo el barco está retrasado y que para más información llamemos a un número de teléfono. Lógicamente llamamos y nos topamos con una grabación en un inglés indescifrable que mezcla todas las fechas y no aclara nada. Tras mucho pensar, aburrirnos mucho, que A. cogiese una estrella de mar para A. y que en dos turnos la gente se fuera al 7/11 más cercano a tomar un café conseguimos contactar con un nuevo número y tras presionar un poco que este nos diera el del propio barco. Así pues llamamos al barco y nos comunican que el retraso es de tan sólo dieciséis horas. (Gracias a este retraso tuvimos tiempo de subir al Floyen.)
Tras pasar el día en Bergen el barco salió, retrasado pero salió. Consecuencias del retraso: la parada a la ida en Thorshavn, capital de las Feroes se acorta todo lo posible y no nos dejan desembarcar; llegamos a Islandia con retraso y perdemos unas horas, las necesarias para poder haber cogido algún autobús que nos llevase fuera de la ciudad.
El viaje en barco: mucho agua. Pero es una pasada, nunca había viajado en barco e impresiona mucho verte completamente rodeado de agua; se aprecia, incluso, un poquito la curvatura de la tierra.
Lo más espectacular del barco era cuando entrábamos o salíamos de tierra, porque tanto en las Feroes como en Islandia el barco pasaba por fiordos o por estrechos. La salida de las islas, de noche y con luna o llena o casi en plenilunio y pocas nubes me gustó mucho, la noche dota a todo de un encanto especial.

La salida de Islandia también fue “especial” no tanto por la belleza del paisaje (aunque belleza tenía) como por las extrañas maniobras, virajes y marchas atrás que estuvo realizando el barco durante casi media hora.
Entre las Faeroes y Noruega hay docenas de plataformas petrolíferas que al ir no pudimos ver por hacer el trayecto de noche pero que al volver pudimos contemplar tranquilamente. Vivir ahí, perdido en mitad de la nada debe ser muy duro. Pero cómo seguro que la mayoría os habréis tragado la última de Coixet os podréis hacer una idea... Yo no lo he hecho y la única película en la que recuerdo algo de plataformas petrolíferas es en Rompiendo las olas.

p.d.: se me olvidaba contar algo de lo que A. está especialmente orgulloso y es que al zarpar, desde cubierta, le hizo un calvo a la Princesa de Noruega.
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