Y quien dice Islandia dice Seyðisfjörður. Debido al retraso del barco no podemos coger ningún bus pero en la oficina de turismo nos proponen una excursión para esquiar, dándonos todas las facilidades del mundo. Pero no lo hicimos. ¿Motivo? Las personas (no doy nombres, pero os aseguro que yo no estoy implicado) que hablaban con la mujer de la oficina de turismo no cayeron en que ya no estabamos en Noruega y calcularon el precio en base a las coronas noruegas, no a las danesas, cuando éstas tienen diez veces menos valor. No recuerdo el precio de la excursión pero poned que si costaba 3o € (creo que era más o menos eso) se calculo que eran 3oo... ¡Casi nada! Cuando nos dimos cuenta de la metedura de pata fue demasiado tarde y nos quedamos atrapados en Seyðisfjörður.
Tras ir al hotel dimos un paseo por el pueblo y por la carretera hasta que empezó a anochecer. Es muy bonito, pero os aseguro que llega el momento en que tanta montaña, tanta nieve y tanto hielo empieza a cansar y pierdes la capacidad de sorprenderte y de admirarlo. Y yo llevo viendo montañas, nieve, hielo y cascadas desde que estoy en Noruega.
Cuando volvimos del paseo ya había caído la noche y en la ladera de la montaña habían encendido un luminoso con el nombre de la ciudad que ya lo quisiera para sí Hollywood.
Aprovechando que la nieve abundaba y que no teníamos nada mejor que hacer los tres alemanes que venían y yo, cómo representante de la península, nos pusimos a hacer un muñeco de nieve, de ser un señor, pasó a ser un gato y tras la intervención de A. pasó a ser una gata, una gata a la que, por cierto, le gustaba el Bailleys.
Por la noche vimos una peli. En el hotel tenían un cajón lleno de DVDs que podías coger para ver en tu habitación. Cómo cuando eligieron ellos una peli que ver en Bergen me hicieron ver no sé que parte de American Pie con sutiles insinuaciones conseguí que viéramos una que yo quería ver: Eternal Sunshine of the Spotless Mind, o, como se ha llamado en España, Olvídate de mí, de Gondry, con guión, cómo no, del genial Kaufman. Llevaba con ganas de verla de nuevo desde que vine aquí y cuando la vi en la caja empecé a dejar caer lo buena que era esa peli y blablablá. No sé si les gustó o no... Ni siquiera sé si al final la entendieron o me decían que sí sólo para que dejara de darles el coñazo. Lo achacaremos al cansancio. También habíamos cogido los tres padrinos con la sana intención de hacer un maratón cinematográfico esa noche, pero cuando a los 15 minutos de empezar sólo quedábamos dos despiertos y no estabamos en mi habitación decidí retirarme y dejar que la gente durmiera tranquila. Ya me haré yo el maratón una noche de estas.
Con la tripa llena por el desayuno de buffet libre, incluido en el precio del hotel, nos fuimos a dar otro paseo por el pueblo y sus alrededores. Hay una guía en la que te explican cada tipo de construcción de las casas de madera y te cuenta la historia de alguno de los edificios. Según paseábamos iba leyendo un poco de ella, eso es lo más “cultural” de la visita a Islandia.
Después de hacer unas compras y recoger las maletas fue el momento de embarcar y decir adiós a Islandia. Bueno, más bien hasta luego, porque todos, yo al menos, nos quedamos con ganas de volver y poder recorrer un poco el país: ver un glaciar, algún géiser y darnos un bañito en aguas termales... Prepárate Islandia: ¡Volveré!
Tras ir al hotel dimos un paseo por el pueblo y por la carretera hasta que empezó a anochecer. Es muy bonito, pero os aseguro que llega el momento en que tanta montaña, tanta nieve y tanto hielo empieza a cansar y pierdes la capacidad de sorprenderte y de admirarlo. Y yo llevo viendo montañas, nieve, hielo y cascadas desde que estoy en Noruega.
Cuando volvimos del paseo ya había caído la noche y en la ladera de la montaña habían encendido un luminoso con el nombre de la ciudad que ya lo quisiera para sí Hollywood.
Aprovechando que la nieve abundaba y que no teníamos nada mejor que hacer los tres alemanes que venían y yo, cómo representante de la península, nos pusimos a hacer un muñeco de nieve, de ser un señor, pasó a ser un gato y tras la intervención de A. pasó a ser una gata, una gata a la que, por cierto, le gustaba el Bailleys.
Por la noche vimos una peli. En el hotel tenían un cajón lleno de DVDs que podías coger para ver en tu habitación. Cómo cuando eligieron ellos una peli que ver en Bergen me hicieron ver no sé que parte de American Pie con sutiles insinuaciones conseguí que viéramos una que yo quería ver: Eternal Sunshine of the Spotless Mind, o, como se ha llamado en España, Olvídate de mí, de Gondry, con guión, cómo no, del genial Kaufman. Llevaba con ganas de verla de nuevo desde que vine aquí y cuando la vi en la caja empecé a dejar caer lo buena que era esa peli y blablablá. No sé si les gustó o no... Ni siquiera sé si al final la entendieron o me decían que sí sólo para que dejara de darles el coñazo. Lo achacaremos al cansancio. También habíamos cogido los tres padrinos con la sana intención de hacer un maratón cinematográfico esa noche, pero cuando a los 15 minutos de empezar sólo quedábamos dos despiertos y no estabamos en mi habitación decidí retirarme y dejar que la gente durmiera tranquila. Ya me haré yo el maratón una noche de estas.
Con la tripa llena por el desayuno de buffet libre, incluido en el precio del hotel, nos fuimos a dar otro paseo por el pueblo y sus alrededores. Hay una guía en la que te explican cada tipo de construcción de las casas de madera y te cuenta la historia de alguno de los edificios. Según paseábamos iba leyendo un poco de ella, eso es lo más “cultural” de la visita a Islandia.
Después de hacer unas compras y recoger las maletas fue el momento de embarcar y decir adiós a Islandia. Bueno, más bien hasta luego, porque todos, yo al menos, nos quedamos con ganas de volver y poder recorrer un poco el país: ver un glaciar, algún géiser y darnos un bañito en aguas termales... Prepárate Islandia: ¡Volveré!
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